domingo, 19 de agosto de 2012

“Hay que mostrar la complicidad civil y eclesiástica”

LUIS “VITIN” BARONETTO, BIOGRAFO DEL OBISPO ENRIQUE ANGELELLI

Estuvo preso durante la última dictadura y fue director de Derechos Humanos de la Municipalidad de Córdoba. Ante el inicio del juicio por el asesinato de los curas Carlos Murias y Gabriel Longueville, inscribe esas muertes en la persecución general a la pastoral de Angelelli.

 Por Alejandra Dandan - Desde La Rioja

Lo que sigue es la historia de los mártires de Chamical desde la mirada del biógrafo del obispo Enrique Angelelli. En la mesa de un bar, a metros de los Tribunales de La Rioja, Luis “Vitín” Baronetto le da al tema la dimensión que el juicio oral aún pelea: las muertes de Carlos Murias y Gabriel Longueville como parte de la persecución general a la pastoral popular del obispo. La apuesta por el uso colectivo de la tierra, el enfrentamiento con los terratenientes y lo que fue pasando en el resto del país con esos curas, son otros puntos en análisis. Baronetto estudió en el seminario mayor de Córdoba, estuvo preso entre 1976 y 1983, dirige la revista Tiempo Latinoamericano, fue director de Derechos Humanos de la Municipalidad de Córdoba y es uno de los impulsores como querellante del juicio por el asesinato de Angelelli, que se incorporó a la investigación paralela que llevó adelante la Iglesia. Vitín habla de todo eso, boina y bufanda mediante, y una compañera se acerca para decirle que baje la voz, convencida de que ese señor que está atrás, sentado en una silla, es uno de los espías riojanos que “todavía siguen estando”.

–¿De dónde venía Gabriel Longueville?

–Pertenecía a una organización francesa que nuclea a sacerdotes de cualquier diócesis, frailes o lo que sea, que quieren prestar servicio como misioneros en Africa, Asia o América latina. Angelelli había hecho un convenio con este instituto de misioneros franceses y tenía varios curas acá. Además de Longueville, había otro en Sañogasta que le dio la tierra a Wenceslao Pedernera (un laico del Movimiento Rural). Cuando fusilan a Wenceslao, el 25 de julio de 1976, después de los curas, para mí iban a buscar a ese cura francés.

–¿Por qué?

–Angelelli ya les había dicho que era mejor que se fueran porque veía venir la mano mal. Unos días antes, se fue Paco D’Alteroche, otro misionero francés que estaba en Chilecito. Se fue a Perú, donde lo hicieron obispo porque estaba en una zona donde nadie quería ir y de allá tuvo que rajarse porque entre los paramilitares y Sendero lo tenían acosado. Estos convenios eran por cuatro o cinco años, se podían renovar o no.

–¿Murias cómo llegó?

–Tiene otra historia. Era de la Congregación de los Conventuales, que no estaba en La Rioja, como sí estaban los Capuchinos, por ejemplo, de Antonio Puigjané, que tenían tres o cuatro parroquias desde el ’70 o ’71. Murias viene de un hogar que no es cristiano, es anticlerical. El padre fue legislador radical por el departamento Minas, en Córdoba, donde tenían campos, y el hijo le salió medio raro. Después de ir al liceo militar, de pronto entra en una vocación religiosa y termina con los Conventuales, a lo mejor pensando que llevaban una vida de encierro por el nombre, pero no era así. Los Franciscanos, los Capuchinos y los Conventuales son tres ramas de la congregación fundada por San Francisco de Asís. Murias estuvo trabajando mucho en Buenos Aires, a veces digo que su persecución pudo haber sido más por su actuación ahí que por lo hecho en La Rioja. En Buenos Aires estaba muy conectado con otros curas de las villas, entre los cuales el más conocido es Carlos Bustos, un capuchino de Córdoba que está desaparecido. Pero también había otros, algunos desaparecidos como Francisco Soares. Los curas de las villas eran distintos a los curas de las villas de hoy. Tenían una fuerte connotación política. No eran del Tercer Mundo, que casi había acabado en el ’74, pero era como la cola de eso. Eran los Cristianos por la Liberación, la estructura que Montoneros va a fomentar y algunos de estos curas la van a integrar. De Murias no tenemos información para asegurarlo, pero los que estaban con él como Carlitos Bustos estaban en Cristianos por la Liberación. Ahí también hubo otros desaparecidos o secuestrados, como Jorge Adur, que decían que era el capellán de los montoneros. Entonces, cuando a Murias le entra esta vocación religiosa ya tiene toda esta experiencia. Después se instaló en Suriyaco en La Rioja con los Hermanitos de Jesús.

–¿Quiénes eran?

–Allí estaba Arturo Paoli, uno de los seguidores de Charles de Foucauld, que primero se instala en los obrajes del chaco santafesino y después en La Rioja. Van a llegar curas y estudiantes a curas, entusiasmados con esta idea de opción por los pobres, haciéndose pobres. Allí estuvo por ejemplo el barrendero que secuestran en Buenos Aires, Mauricio Silva, que era salesiano y tenía otro hermano en Uruguay. Hay muchos desaparecidos. Entre ellos, un cura que estaba en Córdoba y militaba en el PRT, al que secuestraron y dicen que lo tiraron desde un avión en el viaje de Córdoba a Tucumán. Sin tener una opción política como congregación, la espiritualidad de ellos los llevaba a insertarse entre los pobres. A diferencia de los curas obreros que habían hecho una experiencia en Avellaneda con mucha fuerza, éstos no querían asumir roles de liderazgos gremiales pero sí alentar la organización, siendo uno más del montón. Igual ejercían una influencia fuerte en cualquier grupo por el nivel de preparación y convicción en cuanto a lo que había que hacer.

–¿Así llegaron a La Rioja?

–No son hechos aislados: no es que un cura de pronto se convenció e hizo tal opción. Fueron procesos más o menos colectivos, no iguales pero muy parecidos.

–¿Angelelli era una opción más en ese proceso?

–Con la diferencia, me parece, de que la opción es institucional, y fuerte. Es una diócesis. Las otras son órdenes religiosas, congregaciones, de un rango menor si vamos a hablar de jerarquías en la Iglesia. Angelelli es un obispo que hace la opción. No es el único; está Devoto en Goya, Brasca en Rafaela y De Nevares en el sur. Después del ’74, Hesayne y creo que después Novak. Hubo otros a medio camino. Pero acá es una opción institucional. Hay que buscarle la explicación a por qué tanta saña contra esta iglesia diocesana. Y, para mí, es porque Angelelli hace un buen trabajo en la construcción de una opción colectiva. No es él. Desde que llega, en 1968, los dos primeros años visita todos los pueblos en la estanciera que le regalaron los curas de Córdoba. En 1969 y 1970 se producen muchos encuentros pastorales. De curas; de curas y monjas; de curas, monjas y laicos; con gente que no es de la Iglesia como los directores del diario El Independiente, más bien de izquierda independiente, algunos marxistas. Discuten la realidad en base a documentos y líneas del Concilio Ecuménico, del Episcopado Latinoamericano de Medellín de 1968 y el documento de aplicación en Argentina de lo resuelto en Roma de mayo de 1969. Los curas masivamente se suman a ese proceso, salvo los más viejos que se van a ir rápido porque no lo comparten. Acá sólo queda Virgilio Ferreira, el viejito Ferreira, al que los terratenientes lo usan bien, como baluarte para diferenciar la Iglesia de Pío XII contra la Iglesia de Juan XXIII y Pablo VI. La Iglesia católica contra la Iglesia comunista. El hace un esfuerzo por colectivizar la opción, la llamaba “corresponsabilidad”; es una época en la que llegan muchos curas y monjas que estaban en conflicto con sus obispos, él los va aceptando pero les dice que primero hay que llenarse de mate la panza y poner el oído en el pueblo.

–¿Cuándo empieza la persecución?

–Mientras Angelelli consolida la “corresponsabilidad” en la opción por los pobres no hay demasiado problema. En 1971 y 1972 es cuando la acción tiene repercusión sociopolítica y empieza el conflicto fuerte. En marzo de 1972 apalearon al cura de Famatina, (el jesuita) Agüedo Pucheta a dos laicos, una patota del latifundio Huiracocha. En julio, se dan las primeras movilizaciones importantes de los campesinos de Anillaco y Codetral hacia La Rioja para instalar el tema de la expropiación a Azzalini. En agosto, la policía mete presos a dos curas de la capilla de La Ramadita, Antonio Gill y Enri Praolini. Los acusa de portar armas, uno era irlandés y lo vincularon con el IRA, y el otro había venido hacía dos días de Rosario. Porque uno era irlandés y el otro de apenas había llegado eran los más indicados para ser acusados de complicidad con la subversión; esa vez también detuvieron a un laico dirigente de la JP. En ese momento, Angelelli convocó a un acto llamando a un nuevo Tinkunaco, fuera de celebración tradicional y el gobierno lo prohíbe. El obispo hace una acción muy fuerte, quiere ir detenido con los curas y al final los liberan aunque les hacen un proceso medio trucho en el Camarón (la Cámara Federal Penal encargada de juzgar a los presos políticos). ¿Pero cuál era el objetivo de detenerlos si sabían que no estaban en ninguna organización armada? Era infundir miedo, decir que el obispo es marxista, no es católico, que su acción iba contra la identidad del pueblo y por eso Angelelli convoca al Tinkunaco para reafirmar la identidad riojana con contenido liberador.

–¿Cómo eran en ese momento las articulaciones políticas en la diócesis?

–A mediados del ’72 ya hay un desarrollo de la JP. Y es interesante ver los informes de la Comisión Provincial por la Memoria, porque muestra que los de la JP estaban trabajando vinculados con la pastoral diocesana. Por eso el obispo queda como la cabeza de la subversión en La Rioja, donde no había habido hechos de acciones armadas. A eso se sumaba el otro núcleo, que era el Independiente. Ahí estaba Plutarco Schaller, que era secretario general de la CGT de los Argentinos. Mientras tanto, en los Llanos (Chamical) hay un esfuerzo de organizar el sindicato minero en la Parroquia de Olta que estaba a cargo de los capuchinos. Al cura Eduardo Ruiz lo van a detener dos veces; la segunda, el 24 de marzo de 1976. Lo liberan cuando matan a los curas (Murias y Longueville), como para compensar. Angelelli va a reponerlo y celebra la misa ahí, el 28 de julio, 5 o 6 días antes de que lo maten. En esa parroquia tenía mucha fuerza la JTP, con el Negro Sosa que fue secretario general del sindicato de obreros mineros. También se organiza el sindicato minero en Famatina, pero lo interesante es ver quiénes participan: las organizaciones populares no son de la Iglesia; están alentadas, pero son de los trabajadores y en las reuniones están las monjas, los curas, los laicos y articulan con otros jóvenes, no todos participan de una organización política, más bien pareciera que no; hay maestros rurales y muchos terminaron presos. Se reúnen en jornadas de reflexión, lo que muestra un esfuerzo serio de organización popular. No iba Angelelli, estaba al tanto, pero ya andaban solos. Y por eso la represión va a alcanzar a todos estos sectores y esas acciones van a ser vinculadas con la pastoral diocesana.
La causa judicial

–¿Qué pasó con todo eso cuando matan a Angelelli?

–Hubo una gran dispersión. Muchas monjas se fueron. Anteriormente, Angelelli mismo había empezado a avisarles a los curas y en gran medida va a de- sarticularse todo.

–Cuando mataron a los curas, él ya creía que también iban a matarlo.

–Está en la causa y está la carta con los 37 puntos que denuncia en esa reunión con el Episcopado. Siempre digo que el Episcopado supo siempre todo, todo. Y después tomó la actitud que tomó y que quiso tomar.

–¿Le soltó la mano?

–Absolutamente, pero él lo dijo. Ofreció la renuncia. Dijo: si yo soy la causa de la persecución, yo me voy, que se ponga a cargo otro. Pero ni siquiera a eso tuvo respuesta. No se metieron ahí, ni para bien ni para mal. Esa es la actitud que tomó el Episcopado, lo mismo cuando le suprimieron las misas radiales la primera vez en ‘71: se pronunció todo el mundo en contra, menos ellos.

–¿Qué dice la Iglesia hacia adentro?

–Ahora hemos conocido un poco más porque vimos la investigación que la Iglesia incorporó al expediente judicial (ahora que es querellante en la causa). Al sepelio vinieron Pío Laghi y Primatesta, que tuvieron una entrevista protocolar con el coronel Pérez Bataglia, donde no dicen nada. Bataglia les informa del accidente. Cuando los curas les plantean sus dudas a los obispos, Primatesta les dice: “mejor es que nos quedemos con la versión del accidente para que podamos investigar nosotros”. Por supuesto no investigaron nada. Nosotros como querellantes ahora mandamos una carta al Episcopado informando de la causa, porque siempre dijeron que la Justicia no les dijo nada a pesar de que en el ’86, ya hubo una decisión. Todavía no nos contestaron pero la recibieron: les estamos pidiendo que se sumen a lo que exigimos, que es la pronta elevación a juicio. Y hacemos un reconocimiento por la actitud del obispo de La Rioja.

–¿Por qué cree que la Iglesia se presentó como querellante?

–Yo creo que el obispo decidió participar no tanto por iniciativa propia sino por el contexto, la ola general. Inicia un proceso de lavado. Pero con este gesto aportó el expediente paralelo, que era el que estuvo investigando la Iglesia.

–¿Se puede pensar una imputación para la iglesia?

–Hasta ahora hay 14 imputados, policías y militares de los cuales quedaron seis porque los otros están muertos. Todos son autores mediatos. Queremos que el juicio salga rápido porque se mueren en la impunidad, pero además porque hay que mostrar las complicidades civiles y eclesiales.
Hay mucha documentación.Cuando tenga la tierra

¿Cómo aparece el problema de la tierra?

–En esos años, 1969 y 1970, se hacen jornadas pastorales. En los Llanos, con Chamical; en el Oeste, con Chilecito y en la Costa, donde está Anillaco, aunque ahí ya no pudieron hacerse. Cada encuentro mostraba una realidad. En los Llanos surge con fuerza el problema de los ocupantes de la tierra que viven en la Merced de la Chimenea, una extensión de campos inmensa, poco productiva pero con mucha gente. Los sectores poderosos de La Rioja van a ir intentando apoderarse de la tierra, primero no en términos concretos sino con papeles en el Registro de la Propiedad. El diario El Independiente encuentra superposición de títulos porque los usaban para obtener préstamos en el banco. Lo que después sí denunció Angelelli en 1972 es la apropiación del campo por una empresa aparentemente constituida por el vicecomodoro Bario para apoderarse y desalojar a la gente. Eran más de 50 mil hectáreas. El la denuncia porque ya había una acción concreta de desalojo de dos cosas: de compra de ganado a bajo precio y de la gente. En la causa judicial hay personas que hablan de los planos que Angelelli manejaba, da la impresión que había hecho un estudio. Angelelli, por decirlo de alguna manera, hacía más la lucha superestructural: los planos, los registros, cómo hacer para dar la posesión definitiva.

–¿En las otras zonas?

–En la Costa (Anillaco), el tema es que se instala el Movimiento Rural diocesano con muchachos que vienen de Mendoza y forman la cooperativa Codetral, que van a impulsar el proyecto de expropiación del latifundio Azzalini, muy rico en aguas. Los Azzalini habían sido unos crápulas que se habían quedado con lotes de distintos tipos a partir de comprar parcelas pequeñas en los años ’50. Todo eso quedó en la nada cuando se mueren. Queda abandonado y la cooperativa que estaba físicamente en Aminga, a 5 kilómetros de Anillaco, empieza a luchar con un movimiento muy importante que en el año ’72 organiza una marcha hacia La Rioja. Esto es para decir que, en el problema de la tierra, Angelelli juega con mucha fuerza. La otra parte del Movimiento Rural –al que Angelelli le está dando carácter diocesano– se instala con un proyecto que no va a tener demasiado conflicto en Sañogasta. Angelelli consigue plata para comprar la tierra, ahí va a estar Wenceslao Pedernera con el proyecto de una cooperativa para a los peones de la zona.

Otorgan prisión domiciliaria a los represores juzgados en La Rioja

El Tribunal Oral Federal de La Rioja otorgó la prisión domiciliaria "por cuestiones de salud" a los represores Luciano Benjamín Menéndez, Luis Fernando Estrella y Domingo Benito Vera, quienes están siendo juzgados desde el jueves aquí por los asesinatos de los sacerdotes Carlos Murias y Gabriel Longueville ocurridos durante la dictadura militar.

Los jueces entendieron en sus considerandos que "en el caso de Menéndez se reestablece la prisión domiciliaria que había sido impuesta en julio de 2010 la que cumplía en la ciudad de Córdoba y que duró hasta el pasado miércoles que fuera trasladado a esta provincia para participar en la audiencia óral y pública".

Para los magistrados, Menéndez "siempre estuvo a derecho cuando fue requerido y de acuerdo a los informes médicos, aparece como razonable otorgarle la prisión domiciliaria la cual estará a cargo de un guardador y contará a demás con una guardia permanente de la policia federal".

En el caso de Estrella, se encontraba con prisión domiciliaria pero por otra causa y con libertad en ésta, por lo que al igual que en los caos anteriores se había ordenado su detención para resguardar su prescencia en las adudiencias de debate en La Rioja.

Vera, en tanto, se encontraba en libertad y el tribunal habia ordenado su detención debido a la proximidad del juicio y para garantizar su prescencia en el mismo.

Las medidas fueron solicitadas por los defensores oficiales Carlos Cáceres y Juan De Leonardi, abogados de Menéndez y Estrella, respectivamente, y el abogado particular Sebastián Chiavassa defensor de Vera, y fueron rechazadas por la Fiscalía General y por las partes querellantes.

Esta resolución de la justicia riojana se agrega a la decisión del jueves pasado, una vez inicido el juicio, de posponer una semana las audiencias por un requerimiento del abogado de Estrella "para poder estudiar el expediente de su defendido", ya que Enrique Leiva, anterior defensor, renunció a horas de inciarse el proceso.

El jucicio, que ya había comenzado con 12 horas de retraso, se inició con la lectura de la acusación a los tres imputados, sin embargo el abogado de Estrella, Juan De Leonardi, solicitó su suspensión para poder estudiar el expedidente, recurso que el tribunal aceptó, por lo que el proceso quedará suspendido hasta el proximo jueves 23 a las 9.

Luego de la lectura de los hechos que culminaron con el crimen de los dos curas que pertenecían a la diócesis del obispo Enrique Angelelli, a los tres acusados se les imputó privación ilegitima de la libertad agravada, homicidio calificado y tormentos.

A pesar de que los defensores de Vera y Menéndez intentaron volver a dilatar el comienzo del juicio y conseguir autorizaciones médicas para eximir a sus representados de tener que comparecer ante el tribunal, la justicia determinó que estaban en condiciones de afrontar la audiencia.

Hasta último momento continuaron las dilaciones que hicieron que el juicio comenzara a las 20, tres horas más tarde de lo que estaba previsto, tras una primera postergación de las 9 a las 17, para que asistan los tres imputados.

El juicio oral que finalmente comenzó el jueves es el segundo que se desarrolla en esta provincia, y en él se investiga el asesinato de los sacerdotes ocurrido el 18 de julio de 1976.

Aquel día de julio, un comando de la policía provincial se apersonó en los en la casa parroquial de la Iglesia El Salvador, en la localidad de Chamical, donde los secuestraron y los llevaron hasta la base de Chamical de la Fuerza Aérea Argentina donde los interrogaron y los torturaron.

El 20 de julio sus cuerpos baleados aparecieron a siete kilómetros de Chamical, con los ojos vendados y las manos atadas.

Según se indicó en el comienzo del juicio, los secuestradores que se habían presentado como miembros de la Policía Federal, respondían lineamientos trazados por el cuerpo del ejército que conducía Menéndez.

Murias, Longueville y un laico, Wenceslao Pedernera, acompañaban la misión pastoral del obispo Enrique Angelelli, quien también fue asesinado por la dictadura en un sospechoso accidente de tránsito.

Una semana después de las muertes de los sacerdotes, Pedernera, comprometido con la Iglesia y la asistencia a los más necesitados, apareció muerto brutalmente en Chilecito.

Murias era un sacerdote franciscano cordobés, del pueblo de San Carlos Minas, que se dedicó al trabajo comunitario en zonas carecientes. Al ser trasladado a La Rioja, trabajó codo a codo con Longueville, sacerdote francés que había llegado en 1970 a Corrientes, y dos años después se acercó a Angelelli para ejercer en Chamical su proclamada opción por los pobres.

viernes, 17 de agosto de 2012

Videla, Harguindeguy y Menéndez procesados en La Rioja

La medida la dictó el juez Daniel Herrera Piedrabuena. Alcanza, además, al vicecomodoro Luis Estrella, al ex juez federal de la provincia Roberto Catalán, a militares retirados, ex gendarmes y ex agentes de inteligencia, acusados de crímenes de lesa humanidad.

La Rioja se resiste a quedar afuera de la historia. Mientras el tribunal oral federal comienza a juzgar los asesinatos de los sacerdotes tercermundistas Carlos Murias y Gabriel Longueville y el complejo entramado que vincula a represores con magistrados y dirigentes sigue dando pelea en las sombras, el juez federal Daniel Herrera Piedrabuena procesó esta semana por delitos de lesa humanidad a un grupo de represores encabezado por el ex dictador Jorge Rafael Videla, su ministro del Interior, Albano Harguindeguy, el ex jefe del Tercer Cuerpo de Ejército Luciano Menéndez y el vicecomodoro Luis Fernando Estrella. La medida también alcanza al ex juez federal de la provincia Roberto Catalán, a militares retirados que actuaron en el Batallón de Ingenieros en Construcciones 141, a ex gendarmes del Escuadrón 24 “Chilecito” y a ex agentes del Departamento Inteligencia (D2) de la policía de La Rioja.

Transcurrida casi una década desde que comenzaron a reabrirse los procesos por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura y seis años desde los primeros juicios orales, La Rioja tuvo apenas un juicio oral, para peor con un imputado y de baja graduación: el ex cabo del Ejército José Rodríguez fue condenado en septiembre de 2010 a veinte años de prisión por el homicidio del conscripto Roberto Villafañe. Esta semana, no sin obstáculos, comenzó el segundo proceso, que tiene en el banquillo a Menéndez (recordman en condenas por delitos de lesa humanidad), al vicecomodoro Estrella y al ex comisario de Chamical Benito Domingo Vera.

Los militares procesados el miércoles por secuestros y tormentos en el Batallón 141, epicentro del área militar 314 durante la dictadura, son el ex jefe de inteligencia, entonces mayor Eliberto Miguel Goenaga, más el ex capitán Hugo Norberto Maggi y el ex capitán médico Leónidas Carlos Moliné. José Félix Bernaus era jefe de la delegación La Rioja de la Policía Federal y no sólo fue procesado por privaciones ilegales sino también por abuso deshonesto, tentativa de violación y un aborto doloso sin consentimiento de la mujer. El ex policía Roberto Reinaldo Ganem está imputado por tormentos e, igual que el resto, como partícipe de una asociación ilícita. Otro grupo de procesados pertenecía a la policía provincial: el ex jefe de inteligencia Juan Carlos “La Bruja” Romero y sus subordinados Enrique Félix Moreno, Miguel Angel Ramaccioni, José Chelito Gay y Juan Facundo Quiroga. Los ex gendarmes del Escuadrón 24 “Chilecito” son Pedro Jesús Ledesma, Miguel Angel Chiarello, Nicolás Antonio Granillo y el suboficial Eulogio Vilte.

Catalán integra el puñado de ex magistrados de activa participación durante el terrorismo de Estado a los que alcanzó el brazo corto de la Justicia. El ex juez federal riojano fue detenido en mayo, denunciado por el escritor Leopoldo Juan González, que intentó sin suerte denunciar ante Catalán los tormentos que había recibido en el Batallón 141. “Esas cosas no tienen valor porque pasaron hace mucho tiempo”, dice que le dijo. Herrera Piedrabuena destacó en su escrito el silencio cómplice de las autoridades judiciales frente al Estado terrorista y lo procesó como partícipe secundario de un homicidio calificado, nueve allanamientos ilegales, privaciones ilegales de la libertad y tormentos agravados. El segundo civil procesado es Renardo Teodoro Sánchez, ex director del Instituto de Rehabilitación Social de la provincia e integrante del servicio penitenciario riojano.

Además del juicio en curso y del procesamiento de esta semana, en La Rioja hay cinco procesados por el asesinato de monseñor Enrique Angelelli (Videla, Menéndez, Harguindeguy, Estrella y Romero). En otra causa por secuestros, en tanto, están procesados los ex gendarmes Eduardo Abelardo Britos, Francisco Domingo Casco, Jorge Alberto García, Cándido Medrado Aroca, Hernán Pizarro, Ricardo Manuel Torres Daram, Normando Guillermo Torres, Wilson Velázquez, los citados Vilte y Goenaga y el médico civil Carlos Asunción Rodríguez Alcántara, todos con destino en el Escuadrón “Chilecito”.

jueves, 16 de agosto de 2012

Inicia el juicio por los curas de Chamical asesinados en 1976

Con Menéndez, en primera fila

Carlos Murias y Gabriel Longueville cayeron muertos dos semanas antes que Angelelli. Dos militares y un policía, juzgados.

 Por Alejandra Dandan
Desde La Rioja

Luciano Benjamín Menéndez se sentó en la esquina de la sala, pulóver liviano, color sangre apagado. Llegó desde Córdoba, subió suelto de cuerpo las escaleras hasta el primer piso del Tribunal, desde ahí ascensor al quinto piso. “¡Está como si hubiese venido de Londres!”, se escuchó en la calle entre los ex detenidos y sobrevivientes de la dictadura. El ex jefe del II Cuerpo del Ejército, que con distintos exámenes médicos se consiguió salvoconductos para evitar los últimos juicios, esta vez no logró escapar a la fuerza de la batalla de querellantes y fiscales. Sólo eso estaba previsto. El juicio iba a empezar a las cinco de la tarde con Menéndez, pero no: las chicanas que dilataron durante treinta y seis años el comienzo del juicio por los dos curas de Chamical volvieron a activarse. A las 17, los otros acusados no estaban. A las 18.34, las ambulancias salieron a buscar al que faltaba. Las defensas presentaron otro pedido de inconstitucionalidad. A las 19 llegó el último acusado. A las 19.30 se descompuso. A las 20, el presidente del TOF, José Quiroga Uriburu, empezó a leer los cargos: el juicio que intenta buscar la sistematicidad en la persecución a los curas populares acababa de empezar.

“Por homicidio calificado reiterado en dos oportunidades, por privación ilegal de la libertad seguida de muerte y por los tormentos” a los sacerdotes Carlos Murias y el francés Gabriel Longueville, acusaron a Menéndez, como ex jefe del área y a dos de los responsables de la represión local: el vicecomodoro Fernando Luis Estrella, segundo jefe de la Base de la Fuerza Aérea de Chamical que funcionó como centro clandestino, y el ex comisario de Chamical, Benito Domingo Vera, considerado uno de los asesinos y la persona que hasta hace tres días estaba excarcelado y en libertad.

Si los parentescos determinan los linajes, en La Rioja explican la reproducción de la impunidad que estos hombres volvieron a poner en escena enseguida. Apenas todo empezó, el abogado de Vera, Juan Carlos Pagotto, la voz cantante de los defensores, pidió la suspensión del juicio porque la llegada de Menéndez obliga a un colega a ponerse al día. El TOF lo paró. Comenzó la audiencia. Se leyeron los cargos, pero Pagotto poco después volvió a la carga.

En ese andamiaje que opera abajo del juicio, Vera es el hermano de un camarista de Chamical y su abogado, hermano de un juez del Tribunal Superior de Justicia. Cuando los miles de recursos que presentó su abogado para salvarlo cayeron sin consideración, Vera llegó el martes a ser evaluado al hospital público de La Rioja. El director del hospital es hijo de otro juez del Superior Tribunal y el juez a su vez es hijo de un intendente de la dictadura. Los abogados de la secretaria de Derechos Humanos y la querella del equipo de Viviana Reinoso creen que si no conseguían un médico de parte, el juicio volvía a caer. No consiguieron un doctor en La Rioja. Acudió el médico Hugo Daniel Barrionuevo, de Catamarca.

“¡Cómo te meten en la amansadora para cansarte!”, suspiró un ex detenido en la puerta del Tribunal, en el ir y venir de ambulancias. Las organizaciones presionaron desde la calle: “¡El juicio sí se hace!”, cantaban. Cuando llegó el ministro de Justicia, le gritaron: “¡Queremos justicia!”. Cuando la policía corrió de un lado a otro, se oyó: “¡Yo sabía! ¡Yo sabía! ¡Que a Angelelli lo mató la policía!”.

Lucía Maraga entró cuando las puertas se abrieron. “El juicio es muy importante”, dijo ella, que es ex detenida política. “Se llega por fin a los que empiezan a ser los autores intelectuales; lo que pedimos es que se los condene a cárcel común, pero también que se siga con los otros responsables de este crimen, entre los que están los militares y civiles.” Apretó la mano de una compañera. “Espero volver entera”, le dijo.

Al final, el juicio se suspendió por tres días. El TOF aceptó el pedido de Pagotto. El fiscal federal Carlos Gonella se opuso, también las querellas, pero creen que la decisión esta vez fue, por lo menos, técnicamente correcta. “En definitiva se abrió el debate –dijo Gonella– y esto ya no tiene vuelta atrás.”

EL CURA GONZALO LLORENTE

Cadena de muertes

 Por Alejandra Dandan - Desde La Rioja

El juicio todavía no empieza. En la calle, entre quienes todavía no saben que el comienzo se postergó hasta la tarde, está el cura Gonzalo Llorente, parte de las comunidades eclesiales de base que cuando tenía 19 años y todavía no era sacerdote dejó la militancia en la JUP de Buenos Aires para venirse a formar parte de la primera experiencia de uso y tenencia colectiva de la tierra, impulsada en Vichigasta por el obispo Enrique Angelelli. Por esa experiencia se exilió primero en la capital de La Rioja y después en Buenos Aires, cuando fusilaron a uno de sus compañeros, el laico Wenceslao Pederna, cinco días después de que arrojaran los cadáveres de los dos curas Carlos Murias y Gabriel Longueville en un espiral –como alguna vez lo llamó el obispo– que terminó quince días más tarde con la ejecución de Angelelli. La pelea por la lectura en sucesión de estos casos es uno de los ejes de este juicio. Aquí, el hombre que luego volvió a Buenos Aires a ordenarse de cura y ahora es sacerdote de Chepes vuelve despacio, desde la ventana de un bar, a esa historia que siguió a comienzos de agosto de este año con un encuentro con su obispo en la región de los llanos.

“Creo que en La Rioja se han acallado las voces de nuestro pueblo con distintos manejos, y esto del inicio del juicio oral y público es como una puerta que se abre. Es como que nos quedamos callados frente a tanta impunidad, como resignados. Sí nos falta como Iglesia no predicar la resignación, y la presencia acá como curas es alentar. Este juicio alienta nuevas esperanzas, por eso uno está acá, porque no queremos que se frustre, y no queremos más la resignación ni la impunidad. Empezaremos con los curitas, con Wenceslao y el pelado (Angelelli). La sociedad civil nos ha dado muchas lecciones a la sociedad religiosa, a la que se nos ha metido esto del perdón y del olvido y esto que muchas veces la Iglesia es cómplice en su silencio o actitudes y eso es como que también nos ha ido metiendo esa falsa conciencia, porque estoy seguro de que Dios no quiere esto, menos cuando el otro no hace ningún gesto de culpa o arrepentimiento.”

–¿En quién está pensando?

–En Videla, en Menéndez, en Estrella (comodoro Luis Fernando acusado en el juicio), en Vera (ex comisario Domingo Benito también acusado), en los que mataron a Wenceslao frente a la familia con saña y con odio y nosotros nos hemos quedado callados, uno siente culpabilidad en los silencios.

–¿Estuvo con Wenceslao?

–Compartí bastante. Estuvimos trabajando juntos en un campo, en la lucha por la tierra donde uno está en la zona rural porque se siente inclinado vocacionalmente por estos sectores de nuestra gente, porque lleva la tierra en el corazón. Con Wences estuvimos juntos un año y medio en la lucha con monseñor Angelelli en la zona de Vichigasta, un campo que se llamaba La Buena Estrella. Ahí trabajamos con Carlos y Rafael y Wences del movimiento rural, con Coca, su esposa, y sus hijos. Eso empezó después del fracaso político que hubo frente a las traiciones de Carlos Menem en la primera gobernación y de los sectores justicialistas y radicales, que en ese momento no quisieron expropiar el latifundio a Salinas, que estaba en otro lugar.

–¿En qué año fue? ¿Qué pasó?

–Fue para el año ’72, ’73. Monseñor llegó a La Rioja en el ’68 y una de las realidades que descubrió con su oído atento era que la situación del hombre rural era de las más postergadas: todos en negro, a la gente que era empleada le pagaban miserias o solamente vivían porque los dejaban estar en el campo, no le pagaban sueldos, les dejaban tener sus gallinitas y algunas cabritas. Todo eso reclamó la conciencia de monseñor y de la Iglesia. Quiso dar respuesta a esa realidad y vinieron los del movimiento rural diocesano, que era como la juventud obrera católica, pero en la zona rural, preocupados por el sentido de justicia, por las estructuras de pecado que padecía el hombre de campo. En ese momento había un latifundio improductivo e hizo una propuesta de cooperativa. Cosa que fue muy rechazada y creo que la muerte se puede leer con muchos argumentos desde el conflicto con la tierra. El conflicto más virulento que tuvo con los empresarios y la oligarquía de La Rioja era por el tema de la tenencia de la tierra, por un sistema de manejo de la tierra muy injusto y muy atropellador.

–¿Qué pasó con la propuesta de la cooperativa?

–Su idea era expropiar ese latifundio que lo habían tomado los dueños de una forma muy injusta, despojando a la gente, y buscaba formar una cooperativa de trabajo que beneficiaría a unas setenta familias. La propuesta estaba apoyada por el trabajo de las hermanitas que estaban allí y la gente del movimiento rural. Carlos Menem en campaña primero dijo que sí, pero cuando asumió, en la Legislatura se desató una lucha por la expropiación y allí los legisladores se opusieron a entregarla a la cooperativa. Querían hacer parcelamientos individuales. Y el obispo lo sintió como una traición muy dura.

–¿Qué dijo?

–Angelelli lo expresó en misas radiales (que hacía todos los domingos hasta que se lo prohibieron después del golpe). Al final no se hizo nada. Nunca se expropió, pero fue un golpe duro porque él tenía mucho aprecio al trabajo de la gente por el campo, pero a la vez porque veía que eso podía tener efecto multiplicador sobre el uso y tenencia de la tierra.

–¿Ahí empezó la persecución?

–Todavía no. A partir de una donación de las Hermanas de la Asunción en Palermo, se compraron unas tierras. Ahí me vine yo de Buenos Aires a La Rioja para sumarme a esa experiencia con Wensceslao y Carlos y Rafael. Armamos una cooperativa, integramos la economía, había un trabajo sobre 340 hectáreas con riego. Ya a fines del ’75 estaban todas las amenazas de la Triple A. Angelelli nos dice: “Changos, yo les voy a pedir que salgan de aquí porque no les voy a poder garantizar la seguridad, y ahí fue cuando Wensceslao se fue a Sañogasta con su familia, que estaba cerquita del primer lugar. En ese momento, la amiga de un cura francés le compró una tierra para que puedan vivir. Nosotros nos vinimos aquí a la capital de La Rioja. Y el 25 de julio de 1976 lo mataron, lo acribillaron frente a la familia violentamente.

–¿Hacía cuánto que se habían ido?

–Nos fuimos a fines del ’75, o sea que fue medio año después. Yo me vine a La Rioja, cuando lo mataron a él me volví a Buenos Aires. Yo estaba solo, tenía 19 años cuando llegué en el ’73, tenía una militancia política en unos barrios, pero también en la juventud universitaria peronista, después entré al seminario en el ‘78.
La pastoral de los mártires

–Acá –dice Gonzalo– el que lideraba el proyecto de construcción de vida y popular era monseñor Angelelli, creo que era el que aglutinaba todas las fuerzas diríamos revolucionarias de ese tiempo, de transformación de la sociedad, de un modelo más social, socialista. Me parece que estaba bien identificado en la construcción del reino, pero un reino de vida para todos, donde todos tengamos lugar. A partir de esta militancia, yo descubrí un rostro del pobre, de la situación de opresión y por eso me vine. Dejé el peronismo para involucrarme en una militancia más desde la Iglesia, que tenía muchas afinidades con el proyecto peronista, con algunos laicos y muchos otros compartíamos la mirada del proyecto. El que conducía los sueños y la construcción de las organizaciones barriales, de trabajos comunitarios, de un modelo distinto del uso de la tierra y la tenencia a partir de esas orientaciones de Medellín y San Miguel era Angelelli. La gente que vivió esa Iglesia era de Dios, y uno está convencido de que son mártires: si los mataron era para acallar una Iglesia, para acallar una voz, por eso es una memoria que nos interpela, nos compromete y seríamos muy incoherentes si no rescatamos ese compromiso y esa lucha que llegó hasta derramar la sangre.

–Hubo un acto el último 18 de julio. El obispo no dijo mártires, sino supuestos mártires, como si aún a la Iglesia le costara reconocer.

–Eso es. La estructura de la Iglesia es una estructura pesada que la vamos haciendo caminar, y uno tiene esperanzas de hacerlo. Este dictamen del juez de declarar a la muerte de Angelelli como premeditada, que no fue un accidente sino un asesinato, ayudó. El Episcopado recién ahora dice que fue así. El 5 de agosto pasado celebramos una misa en los llanos con el obispo de acá. En esa zona seguimos alentando ese espíritu de la pastoral quizá porque nos ha tocado más de cerca el martirio. Pero vino el obispo a compartir la eucaristía. Leyó la carta del Episcopado, donde expresa y hace suyo el dictamen de la Justicia civil que hasta ahora había silenciado. Una cosa que nos duele profundamente es que todavía no se ha podido iniciar la causa de beatificación porque no estaba el dictamen, ahora ya está, depende de nosotros.

–¿Qué harían ellos si siguieran acá?

–Carlos era joven y tenía muchas expresiones interesantes. Los 18 de julio se hace una peregrinación juvenil, y se va haciendo memoria, rescatando lo que ellos vivieron y tratando de que a ellos se los interpele hoy. Los imagino en la lucha de hoy, que es el tema del campesinado. Angelelli alentaba la organización popular, aunque hagan el grupo de la remolacha, decía. Ahora muchos campos se están vendiendo. Como se corrió la frontera agrícola, valen más para la crianza de ganado, y los que llegan ya no tienen relación con los vecinos que entonces se quedan sin campo para hacer andar a sus cabras. Porque vivir en el campo en nuestra zona es muy difícil. Tenemos 300 milímetros de agua en el año y siempre la plegaria de nuestro pueblo es la lluvia. Ahora, en agosto empezamos, seguimos en septiembre y octubre: todas las misas para que nos llueva. Si no llueve tienen que traer agua del pueblo o vender los animales y en este tiempo estamos con sequía grande. No es fácil. Y el sentido de la vida es cuando vos tenés desafíos y sueños, que se hacen de la construcción y de la escucha y no de esperar que el otro se resigne a darme algo o llevarme el agua.